Imaginad un sistema en el que, para elegir a quien ha de gobernar, el mayor peso de la decisión lo tienen personas que han de estar cualificadas para poder decidir, y que quien durante muchos años determina quién va a ser persona cualificada es precisamente uno de los candidatos que se presenta a la elección. ¿Qué pensaríamos? ¿Acaso que es fácil amañar el resultado y muy difícil conseguir revertir la situación?
El sistema universitario en España es, en algunas cosas, perverso y uno de los grandes males, por lo que he podido comprobar fehacientemente, es la autonomía universitaria, con la que los rectores se convierten en todopoderosos señores feudales a los que solo pueden controlar los jueces y ya sabemos cómo funciona la justicia en España. Por lo pronto, más que lenta y … (es tema para analizar detenidamente).
Siempre he pensado que lo importante no es quién gobierne sino cómo lo haga y que deberíamos de trabajar para que los cargos fueran realmente cargas para que se actuase con plena responsabilidad y asunción de la misma. Y para ello debemos trabajar, para que nuestros gobernantes no tengan un poder desmesurado, sino para que existan múltiples medios de control que eviten que quien tenga el poder tenga también la potestad de hacer lo que se le antoje, lo cual es arbitrariedad y se supone (e insisto en lo de que se supone) que, por nuestra Constitución, los poderes públicos la tienen vedada.
Mejor que baje al tema que nos ocupa, un análisis de las recientes elecciones a Rector en la Universidad de Almería.
Se han presentado dos candidatos: José Joaquín Céspedes, durante mucho tiempo todopoderoso vicerrector de Ordenación Académica, Profesorado o como se le quiera llamar (el que reparte el bacalao, en román paladino, lo que habla cada cual con su vecino) y Diego Valera, el que durante algún tiempo fue vicerrector de investigación. La cuestión ha estado muy bipolarizada y ha llegado a extremos inauditos saliendo a flote algunas de las fuertes corrientes subterráneas.
Quise vivir el final de la jornada electoral como observador de lo que sucedía. Decidí votar a penúltima hora y quedarme a ver cómo se desarrollaba y cómo se vivía el desenlace de la película.
La animación de la votación debió ser por la mañana, pues a esas horas vespertinas ya eran pocos los que votaban, aunque la sala estaba llena de gente. Era grande la expectación. La participación ha sido variopinta, como siempre, pero mayor que en otras elecciones. En el PDI funcionario, aunque oficialmente haya votado el 96%, el caso es que, al ser el sector donde ha triunfado el voto por correo, más del 10%, la participación ha rozado el pleno porque un porcentaje superior al 2% no ha sabido votar (no han firmado en el cierre del sobre que contenía el otro sobre con la papeleta, no han incluido copia del DNI...) y se ha considerado que no han emitido su voto, por lo que no se ha contabilizado en ese 96%.
La participación desciende al 82,5% y 75% en los sectores del resto de PDI y del Personal Investigador, respectivamente, para aumentar, como es ya norma, en el sector del Personal de Administración y Servicios, al 88%. Es en este sector en el que hay más votos en blanco y nulos (en torno al 6%) y no porque no sepan votar, sino que parece intencionado. En la mesa del PAS Diego Valera ha obtenido un 53% mientras que José Céspedes un 43%. Sin embargo, en el cómputo general el resultado ha sido un 42,1% del primero frente a un 55,8% del último. Me comentaba uno que siempre los resultados de este sector son contrarios al que termina saliendo. No creo que sea porque "no sepan votar"; seguramente nos equivocamos el resto, pues los del PAS son los que mejor conocen la UAL y más trabajan en ella.
Una de las cosas más llamativas ha sido la alta participación de los estudiantes, aunque haya supuesto un 20,9% de los 12.318 alumnos contabilizados en el censo. En este sector es donde se constata una mayor manipulación, con un fuerte peso de asociaciones controladas y dirigidas. Es para dedicarles un estudio y analizar hasta cómo los partidos políticos preparan a sus cachorros llegando a límites vergonzosos.
La impresión que tuve al observar el ambiente general antes del cierre de las urnas era que parecía que tenía muchas posibilidades de ganar el candidato no oficialista y ello porque sus interventores, con sus tarjetas azules, se significaban mayoritariamente, mientras que los de las tarjetas blancas del candidato continuista no abundaban. Esto contrastó con lo que sucedía a medida que se iban conociendo los resultados de las mesas, especialmente al cerrarse la última de ellas, la que iba a determinar el resultado, la del PDI Permanente, pues de pronto afloró la alegría de los partidarios de Pepe Céspedes, que parecía que habían estado ocultos. Me pareció que durante la mayor parte del día habían estado acongojados porque pensaban que se les escapaban las elecciones; de ahí que su alegría se desbordara tras los resultados.
Desde mi punto de vista, es preciso relativizar todo y trabajar para que no sea tan importante qué persona esté al frente del rectorado. Hemos de hacerlo tanto desde dentro como desde fuera. En mi caso desde dentro, ya no solo como profesor, sino también en mi condición, siempre atípica, de activista sindical, y apelando a las autoridades extra universitarias o representadas en el Consejo Social para que ponderen correctamente las situaciones. Está claro que la universidad española requiere de cambios profundos, pero no para apostar por la privatización y la entrega a intereses oscuros, sino para defender un bien estratégico público como es el de la educación que debe estar al servicio de todos, con equidad y calidad y con transparencia como garantía.
Evidentemente, continuarán mis análisis y acciones con propuestas concretas que pondré encima de la mesa del nuevo rector, José Joaquín Céspedes, al que hay que felicitar recordándole también cómo ha llegado a donde ha llegado.
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