6/5/11

Antecedentes de la cátedra de árabe de Almería (2): Antes de la reclamación del '94

Voy a detenerme en la primera reclamación que me consta que se presentó en relación con la persona a la que, como premio, le sacaron una cátedra en 1995/6, sin éxito, y 15 años después vuelven a ello, con un amplio currículo en denuncias que les habrá ocultado al tribunal de la Aneca y también al que tendrá que juzgar la cátedra (Alfonso Carmona, María Jesús Viguera y Josep Puig). Bueno, hasta cierto punto, pues al Presidente de este último tribunal, Alfonso Carmona, le consta la primera denuncia, aunque creo que no tiene mucha información de todo lo que pasó, por lo que en la próxima entrega reproduciré documentación sobre esa reclamación para que, tanto él como el resto de los miembros, estén bien informados, de forma que actúen como les dicte su conciencia. Antes, quiero explicar el ambiente que se respiraba previamente.
Al llegar yo como profesor a Almería, estábamos solo nosotros dos en el Departamento de Árabe (Luisa Arvide y quien suscribe). A ella la había tenido yo de profesora, sólo unos meses, cuando vino a ocupar la plaza de Emilio Molina en Almería, y había podido experimentar directamente los tratos vejatorios que infringía a los alumnos. Mis compañeros de curso, con los que sigo manteniendo relación y que se dedicaron también al árabe, pueden dar fe de ello, aunque no están en esta lista. Yo tuve suerte, pues me puso buena nota, aunque lo que hacíamos en clase era traducir unos textos que entonces me parecían extrañísimos y que ahora sé que son de "jawass", lo que ella investigaba y publicaba. No es que quisiera aprovecharse de nuestras traducciones, pues eran más particulares todavía que los textos, dado que estábamos en una fase inicial de aprendizaje del árabe y difícilmente alcanzábamos a comprender de qué iba aquello. La verdad es que eran textos que nos quitaban las ganas de continuar con el árabe a los que estábamos empezando. Menos mal que ya nos habían despertado el interés por el árabe Elena Pezzi y Emilio Molina, pues si no, seguramente, habríamos optado por otra filología al tener que elegir la especialidad.
Cuando volví a Almería, como profesor, tras mis estudios primero en Granada y después en Egipto y la beca predoctoral que tuve en Granada, comprendí que Luisa tenía tan alta estima de sí misma que no escuchaba y que había que darle pistas para que llegara a las conclusiones por sí misma, pues si no no había nada que hacer. Un ejemplo. Ella cerraba la puerta de su despacho dentro del departamento en el que estábamos sólo los dos. No era lo que hacían los profesores con los que había estudiado yo y también Luisa, Elena Pezzi y Emilio Molina, época en la que los alumnos respirábamos el ambiente de cordialidad que había entre ellos y nos encantaba asistir a las clases de árabe. El problema es que si Luisa cerraba su despacho, con los diccionarios que tenía dentro, me impedía utilizarlos, por lo que sólo cuando decidí meter igualmente libros que ella utilizaba en mi despacho y cerrarlo con llave acepto el que o dejáramos todos los libros fuera o las puertas estuvieran abiertas para poder tener acceso a los libros del Departamento.
Era la época en la que le hice comprender que los textos que editaba, en realidad seguían estando manuscritos, aunque ahora con su letra, de forma que ella confeccionaba un nuevo manuscrito y, desde mi punto de vista, resultaba más interesante reproducir el manuscrito que editaba (siempre era uno, pues no solía hacer ediciones críticas, aunque hubiese varios manuscritos de la misma obra) que volver a escribirlo de su puño y letra. Le expliqué cómo escribir en árabe con el ordenador. Lamentablemente no me dio tiempo a llamarle la atención sobre que cuando se imprime un negativo en negativo y no en positivo, el manuscrito no tiene la particularidad de estar escrito en tinta blanca sobre fondo negro, como indica en uno de sus trabajos y, sin duda, los miembros del Tribunal podrán leer al juzgar la calidad de sus investigaciones. Y no me dio tiempo pues, al ser nombrada Elena Pezzi profesora emérita, Luisa tensó tanto el ambiente que lo convirtió en estás conmigo contra Elena Pezzi o estás contra mí. Nunca he entendido bien por qué le tenía tanto odio a Elena Pezzi, que era una persona de una excepcional calidad humana y que había sido profesora de ambos, sin que jamás hiciera Elena, que era persona también de una gran bondad, nada contra Luisa, por lo que yo pude observar.
Fue entonces cuando me propusieron ser secretario del Departamento (Departamento de Estudios Lingüísticos y Literarios, que formábamos cuatro áreas. De dos de ellas -Teoría de la Literatura y Sociolingüística- dos miembros pasaron a ser vicerrectores, para organizar unos chanchullos impresionantes, pero esa es otra historia. De las otras, Filología griega y árabe salieron el director y el secretario del departamento. A mí, que siempre me ha parecido desequilibrado y maquiavélico el planteamiento de estás conmigo o contra mí y no tengo nada contra nadie sino, en todo, caso, contra actitudes concretas que mantengan personas concretas, mientras persistan en esas actitudes que pueda yo entender lesivas para mí o para otros, me propusieron ser el secretario y acepté, hasta dimitir tiempo después al ver los chanchullos, y uno de griego fue el director. A Luisa no le debió sentar demasiado bien mi nombramiento, pues pensaba que la nombrarían a ella y su obsesión era, inexplicablemente, que Elena Pezzi no tuviera despacho (hasta su muerte, Elena lo compartió conmigo y para mí fue un auténtico placer disfrutar de su compañía. La recuerdo siempre con su jovial sonrisa).
Lo dejó aquí y seguiré en otro capítulo, ya con la primera reclamación de los alumnos...
Aunque tengo constancia de que Luisa Arvide está en la lista de la SEEA, le envío claramente este mensaje para que pueda ejercer su legítimo derecho a la réplica y a contar su versión de los hechos.

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